Ser homófobo en 2021 es, cada vez más, encontrarse en la vía rápida del desprecio social. En un entorno de creciente aceptación, condenamos los sentimientos homófobos, sobre todo en los hombres, porque pensamos que provienen del interior del individuo y, por tanto, son de su entera responsabilidad.

Un hombre que dice cosas odiosas sobre los gays es un “atrasado”. Está protegiendo su estatus social, o quizás él mismo es gay en secreto. Tiene que madurar o salir del armario ya.

Desventajas de ser homófobo

Sin embargo, la existencia continuada de la homofobia -a pesar de las obvias desventajas- plantea preguntas sobre su naturaleza básica: ¿Las teorías psicológicas como las anteriores explican realmente por qué la homosexualidad, en concreto, evoca tanto miedo, del tipo que a veces puede incluso llevar a discursos y acciones violentas? ¿Explican por qué la homofobia es un baluarte tan fácil contra la inseguridad masculina? ¿Por qué salir del armario parece tan imposible para algunos hombres?

La única manera de responder a estas preguntas es dejar de pensar en la homofobia como una elección personal y entenderla como el resultado inevitable y deliberado de la cultura en la que se crían los hombres estadounidenses.

Está claro que los hombres de España, Latinoamérica o Los Estados Unidos han crecido aprendiendo a tener miedo a la homosexualidad. Pero no solo por las razones que típicamente pensamos; no solo, en definitiva, por la religión, la inseguridad sobre su propia sexualidad o una aversión visceral a los penes de otros hombres. La verdad es que tienen miedo porque la heterosexualidad es muy frágil.

El poder de la heterosexualidad radica en la percepción, no en la verdad física: mientras la gente piense que te atrae exclusivamente el género correcto, eres oro. Pero la percepción es algo precario; una política de “tolerancia cero” ha enseñado a los hombres que la forma en que la gente piensa en ellos puede cambiar permanentemente con un desliz, un pequeño beso o una amistad demasiado íntima. Y una vez perdida, puede ser casi imposible recuperarla.

Dicho de otro modo, la norma de tolerancia cero significa que si un hombre da un paso “equivocado” -besa a otro hombre en un momento de diversión en estado de embriaguez, por ejemplo- se asume inmediatamente que es gay. Las mujeres tienen cierta libertad para jugar con su sexualidad (sobre todo porque a la sociedad le cuesta creer en el sexo lésbico).

La sexualidad masculina, en cambio, se entiende como unidireccional. Una vez que los jóvenes se dan cuenta de que son gays, se convierten en una persona gay. No oímos hablar de hombres homosexuales que descubren su interés por las mujeres más adelante, y rara vez creemos a los hombres cuando dicen que son bisexuales; la opinión generalizada, aunque errónea, es que cualquier hombre que diga que es bisexual es realmente gay y aún no lo ha admitido.

Complicado pero simple

El resultado de todo esto es que a los hombres no se les permite tener sexualidades “complejas”; una vez que se ha roto la presunción de heterosexualidad, un tipo es automáticamente gay. Esa narrativa no permite mucha libertad para explorar incluso atracciones fugaces por el mismo sexo sin un compromiso permanente. Conocí a un chico que, siendo heterosexual en el instituto, se enrolló con tíos durante el primer semestre de la universidad. Luego mantuvo una relación monógama con una mujer durante el resto de la universidad; en las semanas previas a la graduación, todavía oía a la gente expresar su confusión sobre la existencia de su relación.

La política de tolerancia cero es legítimamente aterradora, entonces, no sólo porque te pega una etiqueta, sino también porque borra toda una vida de heterosexualidad. Un semestre de experimentación valía más que todos los demás encuentros y romances de la vida de este chico, tanto antes como después.

De hecho, este tipo de borrado da miedo incluso si la homosexualidad en sí misma no es algo malo. Incluso si la religión y Esquire no enseñaran a los hombres a tener miedo del cuerpo de los demás, seguirían teniendo miedo de la forma en que un roce con la homosexualidad puede borrar tan repentinamente el resto de su sexualidad. Con tanto en juego, no es de extrañar que los hombres se encarguen ellos mismos de vigilar este límite, para que no lo haga otro, en su detrimento.