Gays Cachas cuando la cultura gay fetichiza la masculinidad por encima de todo. O así lo veo yo, porque siento se ha vuelto básicamente ejemplo de Masculinidad Tóxica. 

Gays Cachas como negación de la diversidad 

Si negamos la diversidad de nuestros cuerpos, nos estamos encerrando en nuestro deseo y, en última instancia, en nuestra solidaridad.

Rob Kearney

Chicos con músculos. Nada de chicas. Nunca. ¿Chicos delgados con camisetas burdeos y pantalones chinos? “No hay nada interesante ni genial en ellos” escucho salir el comentario de un grupo de gays chachas muy cerca de una discoteca queer aquí en Madrid. 

Hace unas semanas se filtró en Internet una reseña hecha por un afamado fotógrafo sobre su trabajo para Poof Doof, una fiesta de baile gay en Melbourne, y provocó indignación por su vergüenza corporal y su sexismo.

Pero lo que más me sorprendió del informe fotográfico fue que la gente se sorprendió sinceramente: 

En comentarios del artículo decían cosas como: 

  • Es algo de lo que muchos de nosotros siempre hemos sido conscientes de alguna forma 
  • Lo vemos en una biografía de Grindr de mal gusto 
  • Mira nada más los carteles promocionales de fiestas temáticas como la WE, 
  • Los he visto nombrados incluso en comentarios de participantes en First Date de Cuatro

Gays cachas como jerarquía en el dominio de los estándares 

Fue interesante leer que “únicamente se pueden hacer fotos a chicos con músculos. Grandes. El tipo de músculos que surgen de pasar al menos cinco sesiones a la semana en el gimnasio”, comento el afamado fotógrafo Al Scooter Smith quien hizo las fotos para Poof Doof.  

Su declaración vino de editorializar la sesión de fotos y formalizó la realidad de que los deseos de que nuestra comunidad queer – según él – y que sentimos a diarios que se mantienen a través de una jerarquía: 

  • Los cachas gays están en la cima mirándonos a todos como los más populares y como deberíamos ser todos (¿?).  

También es cierto que los Gays cachas están sobrerrepresentados en nuestra pornografía convencional, en los carteles promocionales de los clubes y en los medios de comunicación en general. 

Como target, como audiencia y como público objetivo del segmento LGBTI+.

Es interesante imaginar cómo este resumen, incluso hace años, cultivó, mantuvo y fomentó una cultura que, hasta hoy, sigue fetichizando la masculinidad por encima de todo.

Masculinidad tóxica y concepción heteronormativa 

Tenemos que entender mejor que la exposición continuada a estas imágenes de cómo deben ser nuestros cuerpos y nuestro deseo tiene efectos increíbles en nuestra autoestima, nuestra cultura, nuestros estándares. 

Crea un ciclo de expectativas; una presión sobre cómo debemos tener un aspecto, actuar, hablar y quién se considera deseable. No damos suficiente crédito a la idea de que nuestro deseo y nuestra atracción fluctúan y evolucionan con un telón de fondo de influencia social y persuasión cultural. 

Toxicidad cultural y feminismo tresnochado

En cambio, muchos de nosotros -en consonancia con la forma en que consideramos nuestra sexualidad- preferimos pensar en el deseo como algo fijo, absoluto. 

Es más fácil describirnos como perfiles de apps que intentar ampliar nuestra atracción, al igual que es más fácil escribir “no negros, no asiáticos” que enfrentarse al reconocimiento de nuestro racismo interiorizado.

“Son únicamente preferencias”, escribimos, como si las preferencias no surgieran de ninguna parte.

  • ¿Cuál es el coste? Aparte de las cuotas de gimnasio infladas, significa que nuestras barreras de entrada a la deseabilidad son más altas.

“Poof Doof” es un club gay para homosexuales. Nadie está aquí para ver chicas. Nunca”. Dice el informe.

Las implicaciones de esta información fueron fascinantes, así como tóxicas. ¿Las personas con vagina no son bienvenidas? ¿O únicamente las abiertamente femeninas, o codificadas como mujeres? 

¿Los Gays cachas entran en la definición de cultura queer? 

En una sociedad queer más visible, en la que la gente es cada vez más libre de presentar su expresión de género más auténtica, una postura “anti-mujer” parece curiosa. 

Pero lo que también es curioso es que el entretenimiento en nuestros clubes se basa casi por completo en la participación y representación de las mujeres. 

Está en la forma en que seguimos aferrándonos a las mujeres cis heterosexuales como nuestros “iconos gay”, y aceptando la hiperfeminidad y la parodia femenina a través de nuestro drag. ¿Pero las mujeres en el club? Inaceptable.

La mitología de la “mujer en el club gay” baila en torno a esta extraordinaria suposición de que está allí para exudar heterosexualidad, siempre planeando la próxima despedida de soltera. 

LGBTQ+ como parte de la sociedad de consumo 

No estoy en desacuerdo con que la mercantilización por parte de las mujeres cisgénero heterosexuales sea un problema, pero lo que resulta tan extraordinario de esta suposición es que borra a las mujeres lesbianas, bi y queer de nuestros garitos, de los locales y en general de la comunidad LGBTI+ entendida como sociedad de consumo. 

A las mujeres se les niega el acceso y la existencia, y al hacerlo, reafirma el privilegio y el poder desenfrenados de los hombres homosexuales sobre el paraguas queer.

Sin duda, habrá quienes argumenten que lo que sucede en el entorno de negocios privados con derecho a discriminar en función de la marca y los valores. Y sin duda tendrían razón. 

Me costaría encontrar una empresa que no tenga un público objetivo y no ajuste el material promocional para reflejar y atraer a este mercado. 

Sobre todo cuando sus valores internos están en desacuerdo con los objetivos políticos más amplios de nuestra comunidad: diversidad, aceptación y solidaridad.

Ser cacha y gay y bi o sencillamente hacer de ejercicio y sentirte y verte bien

Me temo que nos estamos encerrando en nuestro deseo. ¿Cuál es el coste? Aparte de las abultadas cuotas de los gimnasios, significa que nuestras barreras de entrada a la deseabilidad son más altas, el acceso es más difícil y la presión para conformarse es fuerte. 

Niega a la diversidad de nuestros cuerpos una mayor representación, y todos acabamos perdiendo. El cambio requiere desestabilizar nuestra asfixia muscular sobre el deseo con una exposición rápida a nuevas imágenes, nuevos cuerpos, nuevas expansiones de nuestra atracción. 

Necesitamos una mayor diversidad sexual en nuestros bancos de pajas, superestrellas y material promocional de los clubes.

Lo que temo es que también nos estemos aislando en nuestra solidaridad. Temo que nuestra sexualidad no sea suficiente para anclarnos a la política progresista: que si nuestros derechos -como hombres blancos, gays y cisgénero- se aceleraran más (como ocurre ahora) que los derechos de los más marginados, no nos pondríamos en pie. 

  • ¿Seguiremos movilizándonos cuando lo que esté en juego vaya más allá de lo nuestro?

Me niego a ver el informe sobre el caso fotográfico de Poof Doof como un signo de vergüenza, porque es una oportunidad para reflexionar, para avanzar. 

No nos esforzamos por conseguir la diversidad para dar un salto de cereza por un camino de ladrillos de arco iris. Nos esforzamos por la diversidad en un esfuerzo por construir compasión, empatía y solidaridad. 

Creamos espacios integrados queer para aprender de las experiencias e historias de los demás y compartir nuestras propias historias. 

Así, cuando nuestros derechos, como los más privilegiados, se aceleran más que los de los demás, nos manifestamos.

Frente al nacionalismo blanco, la transfobia, el estigma del VIH, la vergüenza por la grasa, la femmefobia, el capacitismo, la misoginia y la violencia machista, nos manifestamos. Nos manifestamos debido a nuestro relativo privilegio, no a pesar de él.